En este momento llegaron sus discípulos y se asombraban de que hablara con una mujer; no obstante, ninguno dijo: "¿Qué buscas?" o "¿Qué hablas con ella?"
Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue a la ciudad y dijo a los hombres:
—¡Venid! Ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será posible que éste sea el Cristo?
Entonces salieron de la ciudad y fueron hacia él.
Mientras tanto, los discípulos le rogaban diciendo: —Rabí, come.
Pero les dijo: —Yo tengo una comida para comer que vosotros no sabéis.
Entonces sus discípulos se decían el uno al otro: —¿Acaso alguien le habrá traído algo de comer?
Jesús les dijo: —Mi comida es que yo haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra.
¿No decís vosotros: "Todavía faltan cuatro meses para que llegue la siega"? He aquí os digo: ¡Alzad vuestros ojos y mirad los campos, que ya están blancos para la siega!
El que siega recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra y el que siega se gocen juntos.
Porque en esto es verdadero el dicho: "Uno es el que siembra, y otro es el que siega."
Yo os he enviado a segar lo que vosotros no habéis labrado. Otros han labrado, y vosotros habéis entrado en sus labores.
Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él a causa de la palabra de la mujer que daba testimonio diciendo: "Me dijo todo lo que he hecho."
Entonces, cuando los samaritanos vinieron a él, rogándole que se quedase con ellos, se quedó allí dos días.
Y muchos más creyeron a causa de su palabra.
Ellos decían a la mujer: —Ya no creemos a causa de la palabra tuya, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo.