Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros y no la forma misma de estas realidades, nunca puede, por medio de los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente de año en año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera, ¿no habrían dejado de ser ofrecidos? Porque los que ofrecen este culto, una vez purificados, ya no tendrían más conciencia de pecado.
Sin embargo, cada año se hace memoria del pecado con estos sacrificios,
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo tanto, entrando en el mundo, él dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron;
entonces dije: "¡Heme aquí para hacer, oh Dios, tu voluntad!" como en el rollo del libro está escrito de mí.
Habiendo dicho arriba: Sacrificios, ofrendas y holocaustos por el pecado no quisiste ni te agradaron (cosas que se ofrecen según la ley),
luego dijo: ¡Heme aquí para hacer tu voluntad! El quita lo primero para establecer lo segundo.
Es en esa voluntad que somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Todo sacerdote se ha presentado, día tras día, para servir en el culto y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados.
Pero éste, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios,
esperando de allí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados.