Sabed, mis amados hermanos: Todo hombre sea pronto para oír, lento para hablar y lento para la ira;
porque la ira del hombre no lleva a cabo la justicia de Dios.
Por lo tanto, desechando toda suciedad y la maldad que sobreabunda, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.
Pero sed hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Porque cuando alguno es oidor de la palabra y no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que mira su cara natural en un espejo.
Se mira a sí mismo y se marcha, y en seguida olvida cómo era.
Pero el que presta atención a la perfecta ley de la libertad y que persevera en ella, sin ser oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.
Si alguien parece ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana.
La religión pura e incontaminada delante de Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo.