Pero habla tú lo que está de acuerdo con la sana doctrina;
que los hombres mayores sean sobrios, serios y prudentes, sanos en la fe, en el amor y en la perseverancia.
Asimismo, que las mujeres mayores sean reverentes en conducta, no calumniadoras ni esclavas del mucho vino, maestras de lo bueno,
de manera que encaminen en la prudencia a las mujeres jóvenes: a que amen a sus maridos y a sus hijos,
a que sean prudentes y castas, a que sean buenas amas de casa, a que estén sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea desacreditada.
Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes,
mostrándote en todo como ejemplo de buenas obras. Demuestra en tu enseñanza integridad, seriedad
y palabra sana e irreprensible, para que el que se nos oponga se avergüence, no teniendo nada malo que decir de ninguno de nosotros.
Exhorta a los siervos a que estén sujetos a sus propios amos en todo: que sean complacientes y no respondones;
que no defrauden, sino que demuestren toda buena fe para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador.