Pues bien, por su propia voluntad pasan por alto esto: que por la palabra de Dios existían desde tiempos antiguos los cielos, y la tierra que surgió del agua y fue asentada en medio del agua.
Por esto el mundo de entonces fue destruido, inundado en agua.
Pero por la misma palabra, los cielos y la tierra que ahora existen están reservados para el fuego, guardados hasta el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos.
Pero, amados, una cosa no paséis por alto: que delante del Señor un día es como mil años y mil años como un día.
El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; más bien, es paciente para con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.
Pero el día del Señor vendrá como ladrón. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los elementos, ardiendo, serán deshechos, y la tierra y las obras que están en ella serán consumidas.
Ya que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡qué clase de personas debéis ser vosotros en conducta santa y piadosa,
aguardando y apresurándoos para la venida del día de Dios! Por causa de ese día los cielos, siendo encendidos, serán deshechos; y los elementos, al ser abrasados, serán fundidos.
Según las promesas de Dios esperamos cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia.